¿Mercados nerviosos? Bolsa y calidad para un 2022 con menos estímulos y más inflación

Joaquín Casasús, socio y director general de la gestora de Abante
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03/02/2022

El comienzo de año en los mercados ha estado marcado por el cambio de tono por parte de la Reserva Federal de Estados Unidos.

Cuando irrumpió el Covid y nos mandaron a casa, la economía se paralizó y se perdieron millones de empleos. Ante este hecho sin precedentes, la Fed, después de haber aprendido las lecciones de la crisis del 2008, actuó con una determinación mayúscula: bajó los tipos de interés a cero e inició un programa de compra de deuda a gran escala que permitió que el mercado de crédito, pese a la gravedad de la crisis, siguiera funcionando con cuasi normalidad. Evitado el colapso inicial de la economía, la Fed, que tiene un doble mandato, la estabilidad de precios y el máximo empleo, decidió priorizar este último, alargando el programa de estímulos hasta recuperar la totalidad del empleo perdido.

Hoy la economía estadounidense ya ha recuperado el PIB perdido durante la pandemia, crece con fuerza y tiene un nivel de desempleo más bajo que el que había antes de la crisis. Por el contrario, la inflación ha alcanzado niveles no vistos en mucho tiempo, y aunque una parte importante de la misma tiene un carácter transitorio e irá remitiendo a lo largo del año, hay otra parte que, con un mercado de trabajo tensionado y subidas de salarios generalizadas, se puede hacer más permanente.

Consciente de esto, la Fed, que hace unos meses pensaba empezar a subir los tipos en 2023, ha tenido que cambiar su estrategia y adelantar la retirada de estímulos. ¿Qué plan tiene ahora sobre la mesa? Dejar de comprar bonos en marzo e inmediatamente después empezar a subir tipos unas cuatro o cinco veces, hasta situarlos en el 1%-1,25% a finales de este año, y otro tanto el año que viene, para acabar 2023 en torno al 2%-2,5%. Además, la Fed empezaría a reducir su balance, dejando de reinvertir los vencimientos de su cartera de bonos.

Hay que entender, no obstante, que la Fed no tiene una hoja de ruta cerrada y que irá modulando sus acciones según vaya evolucionando la situación. El reto es conseguir controlar la escalada de los precios sin que se produzca un deterioro significativo de la economía.

La reacción del mercado, que es un mecanismo que anticipa y ajusta los precios de los activos con la nueva información que va apareciendo, no se ha hecho esperar. No porque no se supiera que los tipos de interés en algún momento deberían subir, sino porque la subida va a ser antes y más contundente de lo esperado.

Al subir los tipos lo que sucede es que baja el valor de los bonos que ya están en circulación, para ajustarse, vía precio, al nuevo tipo de interés que demanda el mercado a los nuevos bonos que han de emitirse. Esta caída en precio es mayor cuanto más largo es el plazo de vencimiento. Así, el inversor en bonos americanos a diez años ha perdido entorno a un 8% al pasar la rentabilidad de estos del 0,90% al 1,80% actual.

En este sentido, pensamos que aún es pronto para comprar renta fija de larga duración en las carteras. Aunque, después de mucho tiempo con poca exposición a este activo y en la medida que se vayan normalizando los tipos de interés, es posible que a lo largo del año nos encontremos con buenas oportunidades de entrada.

En renta variable la corrección ha sido también importante. Después de un 2021 extraordinario, en enero hemos visto caídas generalizadas de las bolsas, donde más allá de lo que están cayendo los índices, lo más relevante es la fuerte rotación sectorial que estamos viendo.

Las empresas que más han sufrido son aquellas con unas expectativas de beneficios a futuro muy elevadas y bajos beneficios o pérdidas en la actualidad. Dado que el valor de una empresa es el valor actual de sus beneficios futuros, estas empresas son las más sensibles a las subidas de tipos puesto que los beneficios de dentro de muchos años son los que más valor pierden si los descontamos a una tasa de interés más alta. De las 3.600 empresas que componen el índice Nasdaq, que es donde cotizan muchas de estas compañías, más de 1.500 han caído más de un 50%.

Por el contrario, empresas que estaban muy infraponderadas en las carteras de los inversores, como petroleras o bancos, lo están haciendo muy bien. Estaban baratas y las subidas de tipos, o bien les favorecen en el caso de los bancos, o bien, en el caso de las petroleras, su efecto se ve de sobra compensado por la subida del crudo.

De cara al año que tenemos por delante, pensamos que el crecimiento económico va a seguir siendo robusto y que los beneficios empresariales, que en el 2021 fueron extraordinarios, en 2022 seguirán creciendo, por lo que consideramos que la renta variable, a pesar de la volatilidad, sigue siendo el activo con más potencial de revalorización. En todos estos años, mantenerse invertido y abstraerse del ruido permanente al que hemos estado sometidos ha sido la mejor estrategia. A largo plazo, la evolución de los beneficios tiene un efecto mucho más importante en el valor de una empresa que si estos los descontamos a una tasa algo mayor o menor.

Aunque la inflación tenderá a moderarse a lo largo del año, seguirá estando a niveles elevados, por lo que las empresas que llamamos de calidad, es decir, con buenos márgenes, alta rentabilidad sobre el capital invertido, baja deuda y con buenas expectativas de crecimiento, son las que mejor se pueden adaptar a este nuevo entorno y, por ello, seguirán constituyendo el grueso de nuestras carteras.