Los efectos de la volatilidad

La RAE define la volatilidad como la inestabilidad de los precios en los mercados financieros, una inestabilidad que, a ojos del inversor, se suele traducir en momentos de nerviosismo y de incertidumbre que lleva a situarse ante las dos caras de la moneda: los que ven en la volatilidad una oportunidad para comprar más barato y los que se salen del mercado rápidamente por temor a sufrir una fuerte caída.

Así, con estas dos perspectivas por delante, hay que recordar que cada año es distinto y que, por lo general, es imposible anticipar a ciencia cierta si un año va a ser más volátil que otro. Detrás de los vaivenes bursátiles solemos encontrar diversos acontecimientos geopolíticos, datos macro, resultados empresariales, decisiones de los bancos centrales o, incluso, sucesos de carácter natural que tienen impacto en los mercados. Y todos estos eventos se pueden contener o prevenir a veces, pero otras muchas su impacto en los mercados es imprevisible, como ya vimos, por ejemplo, con la victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses, cuando, tras unas horas de fuertes movimientos, vimos cierres con subidas cercanas al 1% en Europa y más elevadas en Estados Unidos.

Con todo, las citas que estaban fijadas para este año en el calendario antojaban un 2018 con más movimiento, algo que por el momento se está cumpliendo. Después de vivir un 2017 con la volatilidad en mínimos históricos, el primer semestre del año se ha despedido dejándonos sesiones de fuerte volatilidad tanto en los mercados de renta variable, como en los de renta fija y divisas.

Además, cuando hablamos de la volatilidad debemos tener en cuenta que hay una parte técnica -que es la volatilidad para los mercados financieros- y una parte psicológica -que es cómo la digieren los inversores.

La volatilidad en los mercados

En los mercados financieros, por norma general, la volatilidad es entendida como el riesgo, siendo este el promedio de las fluctuaciones de la rentabilidad de un activo, con respecto a su rentabilidad media de esperada. Y así, si el precio de un activo financiero oscila mucho de un día a otro, se dice que tiene la volatilidad alta y si oscila poco, que la tiene baja.

Para medir estas fluctuaciones de la rentabilidad, los analistas y gestores se valen de una expresión matemática, que es la desviación típica, por lo que cuanto más alta sea la desviación típica o la volatilidad de un activo, mayor será su riesgo. Aquí, además, hay que destacar que la volatilidad nunca puede ser negativa, es decir, toma siempre valores positivos o de cero, en el caso del activo libre de riesgo.

Cómo percibe el inversor la volatilidad

Como comentábamos al principio de este artículo, en jornadas de fuerte volatilidad el inversor tiende a inquietarse y a querer salirse del mercado cuanto antes por el temor a sufrir una fuerte caída y perder parte del valor de su inversión. Y este sentimiento choca con el mantra que siguen la gran mayoría de gestores: aprovechar las caídas de la bolsa para entrar en el mercado y comprar más barato.

El comportamiento de los inversores responde a factores psicológicos, que son más difíciles de medir y controlar y que lo explica el behavioural finance, que sostiene que las personas tienden a sobrevalorar las pérdidas y a infravalorar las ganancias, razón por la cual hay tanto miedo hacia las jornadas de volatilidad.

Es por ello que las emociones juegan un papel fundamental a la hora de tomar decisiones de inversión. De hecho, cada vez son más los economistas que estudian la psicología y su influencia en las decisiones financieras y el comportamiento de los mercados -el año pasado, Richard H. Thaler, recibió el premio Nobel de Economía 2017 por sus aportaciones a la economía conductual-.

Por último, y desde el punto de vista del inversor, una de las cosas que hay que tener en cuenta es que, si se tiene un objetivo de inversión a largo plazo, las jornadas de subidas y bajadas no deberían inquietar puesto que tener un horizonte temporal largo ayuda a mitigar los efectos de la volatilidad a corto pazo. Esto es así porque al invertir a largo plazo, la volatilidad puntual de un año no puede considerarse como riesgo y, además, es conveniente recordar que cuanto más tiempo se esté invertido, más riesgo se podrá asumir y, por tanto, la rentabilidad final será también más elevada.